cajas de Cornell

Cajitas que contienen objetos coleccionados, recuerdos de otros viajes, fotogramas de seres amados, hojas secas, plumas, amuletos pintados con crayones, cartas perdidas, mapas de nubes, dibujos de corderos, copitos de nieve, canciones de plancha para amores ausentes, cartas con remitentes ilegibles, imágenes de otros tiempos. Todos componen artesanías personales. Todos guardan entre sí una lógica intangible y aunque hacen parte de un todo, también pueden verse de forma independiente. Cada compartimento, un verso, una ficción, una mancha, una huella de lo imposible, de las pesadillas, una ruina- y, a veces, también la muerte.

lunes, 25 de junio de 2012

POÉTICA DEL SILENCIO


Ahora el silencio
un silencio duro, sin manantiales,
sin retamas, sin frescura,
un silencio que persiste y se ahonda
aun detrás del estrépito
de las ciudades que se derrumban.

Aurelio Arturo


Instrucciones

Antes de empezar la lectura del siguiente texto el lector deberá guardar exactamente sesenta segundos de silencio.


Un grupo de músicos desempaca sus instrumentos, dispone las partituras, se prepara para la acción. El director de la orquesta ingresa, se acomoda en su atril y da comienzo al concierto: un silencio blanco y elástico sobre los rostros de los habituales espectadores se va apelmazando, se va deteniendo, ronda a los músicos, permanece. El tiempo transcurre y ningún instrumento se ejecuta, solo silencio. Una palabra se inscribe sobre el papel como único vestigio de cualquier lenguaje: “Tacet” se lee al inicio de cada parte del concierto. Pasan los segundos y ninguno de los músicos parece inmutarse ante el avance de la pieza. Otros minutos más y el balance aparentemente desalentador continúa: los músicos no ejecutan ninguna melodía. Solo se escuchan las toses, estornudos o carraspeos de los espectadores durante los intermedios. Nada más. Cualquiera que no conozca la pieza podría pensar que se trata de una simple broma. Los tres movimientos transcurren. Después de 4 minutos y treinta y tres segundos la sala de conciertos silenciosa hasta entonces prorrumpe en aplausos y ovaciones. El concierto ha terminado.

  La mujer o el hombre que está sentado a tu lado le tienen miedo al silencio. Cada vez que este intenta la fisura ella o él se llenan la boca con palabras de almizcle que tú escuchas, pruebas y respondes con el mismo tono de miel porque simplemente no quieres que el terror al silencio te aprese. El miedo al silencio es también miedo al vacío. Hemos inventado formulas para entablar diálogos imaginarios. La palabras cotidianas nos sepultan, nos dejan sordos. Nos es casi imposible callar.

Nos han rotulado como sujetos del lenguaje, colmados de palabras para todas la ocasiones, para todas las fiestas, para todos los instantes; ellas instrumentos, armas, tesoros, pan, semen, revelación, ambrosia, palabras-árbol, palabras para la madre, para la patria, para el amor y también para nombrar al silencio.

"Nos faltan las palabras, y las tenemos en exceso, El arte plantea dos objeciones al lenguaje. Las palabras son demasiado burdas. Y además están demasiado ajetreadas: invitan a una hiperactividad de la conciencia que no sólo es antifuncional desde el punto de vista de las facultades humanas para sentir y actuar, sino que además sofoca la mente y embota los sentidos. El lenguaje es degradado a la categoría de acontecimientos" Sontag.

  Son estás las épocas de exceso: percepciones prefabricadas, lenguajes monótonos, repetitivos, repetitivos, huecos. Nos hemos olvidado de hacerle el amor a las palabras. Las gastamos inútilmente. A esas palabras huecas las debemos callar por ahora. ¿Y si no hay palabras, entonces qué? Pues silencio. El silencio es el espacio para detenernos, para escuchar con cuidado. Raymundo Mier en una ponencia sobre la mirada menciona que debemos detenernos para aprender a mirar. Esta mirada contemplativa, muy parecida a la práctica por los pueblos antiguos aplica también a las palabras. En este caso la intención es la misma: debemos detenernos para aprender a escuchar, debemos callar para escuchar mejor. En este caso escuchar no es lo mismo que supuestamente hacemos cuando entablamos conversaciones, casi siempre dominadas por uno de los interlocutores y que degeneran en una suerte de monólogo de egos. La ausencia de palabras hace que cuando estas aparezcan brillen con más luz. El silencio permite escuchar lo que usualmente se escapa, lo que pasa desapercibido. Toda palabra de hecho guarda un silencio. Se hace progresivamente más significativa después de una pausa: se engrandece, se eleva, se hace mística.

  Pero existe otra posibilidad: el silencio como espacio de la sensualidad, la evocación, el erotismo. Dice Paz que el silencio está poblado de signos; el silencio guarda en el todo aquello inefable y secreto. En el ensayo sobre la estética del silencio se menciona a Kyats y a su la metáfora de la urna griega para hablar del silencio: esta es como el alimento del espíritu: llena de melodías “no oídas” que perduran por mucho tiempo, mientras que aquellas que se materializan en sonido desaparecen. El silencio es una fórmula para detener el tiempo, para eternizar lo sagrado, para abarcar nuestro ser.

  Pero el silencio no es total. Ya el músico Cage demostró que aun ante la insonorización de un lugar siempre queda un sonido: los latidos del corazón, la respiración, el material orgánico de propio cuerpo no deja de vibrar. Falsamente se nos enseño que el silencio significa sumisión, decoro. En otras ocasiones el silencio se ha utilizado como forma de agresión o acusación: “el que calla otorga” dicen algunos. Quien calla contempla aquello que se le escapa a las palabras.

Silencio parcial, silencio claro, poblado de sentidos, silencio sublime que rebasa al ser. El que calla no otorga, el que calla no renuncia a su derecho de hablar, se rebela contra un mundo cada vez más hundido en el ruido mesiánico. Este silencio es sonido, este sonido es silencio, este abrazo contrario busca nuestro cuerpo, nos saca de la sombra y la mudez. Dice Heidegger, lenguaje casa del ser, pero si la casa se derrumba, si la casa está sucia y gastada y repetida debemos pintarla con silencio. Para poder ver la estrella fugaz debemos apagar todas las luces, para recuperar el poder de las palabras debemos callar y escuchar atentamente.

El silencio nos convoca; deja nuestra lengua en el clamor de los labios rotos, lengua cansada de adorar al verbo fuera del ser. Ahora que no hay ruido te veo claramente, veo la pie la vaporosa de tu esencia, te escucho palpitar en mi, esta vez te amaré con la certeza de saberte, de encontrarme en ti, pero no diré nada, esperaré hasta que al fin en el vacío me recuerdes porque te he amado, esta vez dejaré que me enseñes el rito de callar y arder.

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