cajas de Cornell

Cajitas que contienen objetos coleccionados, recuerdos de otros viajes, fotogramas de seres amados, hojas secas, plumas, amuletos pintados con crayones, cartas perdidas, mapas de nubes, dibujos de corderos, copitos de nieve, canciones de plancha para amores ausentes, cartas con remitentes ilegibles, imágenes de otros tiempos. Todos componen artesanías personales. Todos guardan entre sí una lógica intangible y aunque hacen parte de un todo, también pueden verse de forma independiente. Cada compartimento, un verso, una ficción, una mancha, una huella de lo imposible, de las pesadillas, una ruina- y, a veces, también la muerte.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Olga Orozco


Pavana del hoy para una infanta difunta que amo y lloro
Por Olga Orozco
                                                                                              A Alejandra Pizarnik

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro
laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

miércoles, 9 de noviembre de 2011




Instalaciones con escritor , hilo y aguja




¿A DÓNDE VES?

Abro mis ojos
repaso los viejos
fotogramas
recorro uno a uno
los juegos con casillas en
blanco y negro.
Todo se nubla.
Dedos marchitos
que cosen las heridas
construyen, con
vaho, lo invisible
dulce miedo,
quiero tomar tus patitas peludas y arrojarte
lejos de mis ciegos ojos.

Paso horas
colocando un verso en el lugar exacto de mi noche.
lloro a solas,
golpeo los
sombríos armarios de recuerdos.
Abro mi garganta
y juro
Que no moriré sin
ver una vez más.

Palabra-vientre-incendio,
refugios para la
luna oxidada.
piel que recorre
el vértice.
Desenredo mi río
de peces,
Cargo mi valija,
Y parto al fondo
de mi cuarto.
Pero el sueño
llega
Embiste y me
atraviesa
me despoja,
el cuerpo cae como roca
me
retuerzo

enseño mis dientes.
Aún no estoy
lista para ser devorada
aún no
estoy lista para hundirme
en el mar voluptuoso
ni para escuchar
la melodía funesta.
El vértigo pasa
por debajo de mis pies
Se desliza y me
seduce.
La lluvia que
avanza en las ventanas
me hace recordar
que no respiro.
Ojos abiertos
Agua y fango,
perdiendo me pierdo,
irremediablemente
en el cuerpo sobre el cuerpo.

Regreso al hogar,
cuarto vacío
y encuentro lo
que tanto esperaba.
Mis ojos recorren
el espacio del que nunca me he movido
Acá están mis
manos pintadas de mar
Acá el calcinado
pelaje de mi centro.
Vivo con el
rostro en llamas, la mirada
muerta
Como si cargara
un revolver bajo la almohada.
Tocan a la puerta
y no atino a girar la perilla.

¿A quién cantaré,
en qué extraña forma he de perderme cada día?
Escribo palabras
en los espejos y paso
siglos hablando con la noche.
Camino hacia
atrás, muerdo mi mano, lanza que me dibuja
Estoy
inesperadamente triste
dos o tres giros
al cielo, se abre la puerta,
Nadie
solo el susurro
de algún cuervo inesperado.
Nada
solo el sueño que
de nuevo se acerca.
eco agolpándose en el cristal
tiempo que se
funde en el reloj del
cuadro
y yo,
enferma de
obscenidad
hace días que
solo intento aferrarme a tu pelo.
Descorro las
cortinas, cierro mis ojos,
Alguien pregunta ¿A dónde ves?